Cuando era muy pequeña mi padre enfermó de cáncer y por la casa escuché como de pasada la palabra “morir”, unida a la palabra “posibilidad”. No entendí nada.
Algunos años después papá murió y los adultos no sabían explicarme bien qué significaba eso. Más bien, cuchilleaban como si el tema no fuera de mi incumbencia. Además, corrían o distraían a los niños cuando se tocaban los pormenores, pues el tema, era de adultos.
Con lo que no contaron fue que los niños nos enterábamos y participábamos en el dolor. Mi hermano aún más pequeño que yo y los primos, queríamos respuestas, así que compartíamos creencias de sentido común que cada uno había escuchado por ahí. Fue una curiosidad natural, no sólo quería saber dónde estaba mi padre o exactamente qué le había pasado, sino que pasaría después, con el cuerpo y el alma (el fantasma, le llamé en su momento). ¿Podría verme? ¿Se comunicaría conmigo o yo con él?
Aproximadamente 20 años después el sobrino de 5 años de edad de mi expareja, me presumía a su papá y de repente preguntó por el mío. Le dije que estaba muerto, me dijo que eso qué significaba. Como era mi sobrino político no tuve la confianza de sincerarme y usé la frase común “qué está en el cielo”. ¿En el cielo? – respondió. El niño me atormentaba con más preguntas que no sabía y no me tocaba responder. Cambié el tema con bastante nerviosismo y me convertí en los adultos de mi pasado que no le explican a los niños sobre la muerte. Algo, que no olvidemos, por lo que todos vamos a pasar. Y todos los que conocemos también.
Un tema tabú
Se entiende, es difícil estar preparados para la muerte de una persona querida. Y creemos que al ocultárselo a los niños, evitaremos que pasen por un proceso de tristeza. Sin embargo, ante la inminente pérdida de esa persona que ellos también conocían y ya no verán más, lo mejor es decirles la verdad. E incluso no es necesario esperar a que alguien cercano muera, cuando ellos muestren la más mínima inquietud, como en el caso de mi ex sobrino, deberíamos estar preparados para darles las respuestas que los ayuden a entender con naturalidad la muerte. Lo que favorecería a su desarrollo social.
De acuerdo con las psicólogas Maialen Gorosabel y Ana León en su artículo La muerte en educación infantil: algunas líneas básicas de actuación para centros escolares, durante los primeros 18 años de nuestra vida, presenciaremos cerca de 18 mil muertes, entre conocidos, mascotas, pláticas, personajes ficticios en películas, libros, series, etc. Por más que evitemos el tema en casa, este aparecerá de muchas formas.
Por lo que es importante entender que con nuestro acompañamiento, los niños tienen las habilidades de comprensión necesarias y adaptando la explicación a su edad, puedan enfrentar las emociones que genera un fallecimiento. Es decir, no los estamos traumando ni creando problemas psicológicos, al contrario, se los estaremos evitando. Tampoco les estamos evitando que se acerquen a un tema que consideramos doloroso, porque el tema estará presente desde temprana edad, de manera directa o indirectamente.
Explicar por etapas
De acuerdo a la psicóloga Ana Isabel García los más pequeñitos, menores de 2 años no entenderán la concepción del fallecimiento, pero sí notarán la diferencia si era una persona cercana, por lo que en esta etapa “lo importante es intentar mantener su contexto tal y como estaba antes del fallecimiento”. Sin alterar su rutina.
Los niños de los 3 a 6 años interpretan el mundo de manera muy literal y aún es confuso entender que la muerte es irreversible. Por lo que ya se les puede explicar, pero con cuidado de las metáforas que usamos, pues pueden quedarse esperando que el ser querido vuelva.
En este caso, independientemente de si se usarán metáforas religiosas, como “está con Dios” o “se fue al cielo” que son muy comunes, es relevante dejarles claro que la muerte es permanente, universal y parte del proceso propio de la vida.
Y de los 6 a los 10 años los niños pueden comprender mejor o completamente la noción de la muerte. Y lo que más necesitarán es ser acompañados a procesar lo ocurrido y sus sentimientos al respecto.
La muerte es natural
Acompañemos a los niños y no minicemos su dolor, García recomienda que una vez explicado, se pueden hacer uso de “ejemplos de la naturaleza, dibujos, rituales, cuentos, y cartas para elaborar una despedida a su medida”. Y posteriormente, quedemos al pendiente de cómo el niño a través del tiempo expresa sus emociones asociadas con el fallecimiento de la persona o bien, con la muerte en general.
Recomiendo en lo personal el libro infantil “No es fácil, pequeña ardilla”, una historia que acompaña a una ardilla con el proceso de la muerte de su mamá. Y tiene como moraleja que aunque ya no la verá más, todo el aprendizaje que la mamá le dejó a la ardilla vivirá siempre con ella y la fortalecerá. En el vídeo pueden ver la historia adaptada en formato de cuentacuentos, pero las ilustraciones del libro son muy bonitas y vale tenerlo.
Lo más importante para los niños (y para los adultos) es que no se sientan solos y no tengan miedo a la muerte. Ni de la propia, ni del ser querido. Por el contrario, integrarla como parte del proceso de la vida. Y que sea un aliciente para ser más conscientes de los que nos toca hacer mientras estamos vivos, para disfrutar más, antes de que, como debe ser, nos llegue también.
Al final de cuentas diría el poeta José Manuel Caballero:
Somos el tiempo que nos queda